Uno de los grandes objetivos será equilibrar los intercambios económicos hispano-chinos.
El proyecto de la nueva Ruta de la Seda, presentado por el presidente chino Xi Jinping en 2013, constituye probablemente el mejor símbolo del particular concepto de globalización que alberga el gigante asiático, y avanza las líneas probables que definirán el nuevo marco geopolítico y de equilibrios de poder que marcarán las relaciones internacionales y comerciales en el siglo XXI. Por el momento, esta megainiciativa es poco más que un sugestivo enunciado capaz de poner en marcha la imaginación visionaria de muchos analistas económicos y empresariales, y por eso hay quien habla de una mera operación de imagen o campaña de comunicación con repercusión mundial. Aunque, eso sí, fija de manera clara los contornos de la posición pujante y decisiva que quiere jugar China en los próximos años a escala planetaria.
Bajo el enunciado Nueva Ruta de la Seda, que evoca la vía abierta en el siglo XIII por el comerciante veneciano Marco Polo, y una de cuyas primeras iniciativas es la línea ferroviaria abierta en 2014 que une Yiwu (China) con Madrid, se encuentra un gigantesco proyecto de infraestructuras terrestres y marítimas de transportes, comunicaciones y logística para acercar China, Europa y África.
La One Belt One Road Initiative (por su nombre en inglés) implica a más de 70 países, en los que se concentra cerca del 45% del PIB mundial, y su coste aproximado de realización alcanzaría los 18 billones de dólares, según las primeras estimaciones. El propio Gobierno chino ya ha puesto en marcha el Fondo de la Ruta de la Seda, al que ha destinado 34.000 millones de dólares.
Desde luego, no faltan las miradas y los análisis que proyectan suspicacias hacia el proyecto, en la medida en que se trata de una iniciativa lanzada por China que trataría, en primer lugar, de satisfacer sus intereses económicos y de influencia en el mundo en las próximas décadas, amén de dar salida al exceso de capacidad de sus empresas estatales. De esta manera, se favorecería su capacidad de negocio en el exterior y se abriría una importante vía de abastecimiento para un país de 1.400 millones de habitantes.
En cualquier caso, lo que nadie puede negar, como hace pocos días remarcaba un representante de la embajada china en Madrid, en el marco de unas jornadas sobre este asunto organizadas por la Universidad San Pablo CEU, es que siempre será mejor abrir rutas por las que discurran personas y bienes (la prosperidad, en suma), que levantar muros y reforzar las fronteras.
Y es precisamente en ese carácter aperturista e inclusivo del proyecto donde se visualizan interesantes oportunidades que deberían ser consideradas con el debido rigor y seriedad. Todo ello sin menoscabo de que nos encontramos ante una iniciativa que, por sus ingentes dimensiones, plantea no pocos problemas desde el punto de vista de su materialización. Problemas no solo de financiación, sino también de armonización de estándares industriales y tecnológicos y de marcos normativos, con el fin de garantizar unas reglas del juego transparentes e iguales para todos los potenciales actores.
Ahora bien, con independencia de todos estos retos e incógnitas, que deberán ir despejándose con el tiempo, lo que sí parece claro es que el proyecto constituye una gran oportunidad económica y geoestratégica; razón de sobra para que España ya esté presente desde el primer momento. Ahora tenemos que definir cuáles son los objetivos que queremos alcanzar como país y diseñar las políticas e instrumentos que nos ayuden a conseguir esas metas.
No debemos olvidar que la mayor parte de los proyectos que se incluyen en la nueva Ruta de la Seda tendrán lugar fuera de China, en países por donde transcurrió en su día esta vía terrestre y marítima. Esto ofrecerá numerosas oportunidades para las empresas españolas, bien por sí solas, bien en asociación con empresas chinas o de otros países.
Pero también, desde el punto de vista de las relaciones bilaterales, uno de nuestros principales objetivos será equilibrar los intercambios económicos hispano-chinos, que por el momento se hallan bastante desequilibrados. Solo hace falta ver que la balanza comercial arroja un superávit de 18.800 millones de euros a favor del país asiático. También habrá que analizar los nichos de oportunidad que hoy se nos presentan, muy diferentes a aquellos que en los años 90 del pasado siglo llevaron a numerosas empresas españolas al país y que serán, nadie lo duda, aquellos en los que nuestras empresas puedan seguir aportando bienes, servicios, know how y valor añadido de forma más competitiva que las empresas de otros países competidores.
España, por el momento, participa en el proyecto de la nueva Ruta de la Seda dentro del marco estratégico que se ha perfilado desde la Unión Europea. Pero ello no debería ser un obstáculo para que, al igual que están haciendo otros países de nuestro entorno, proyectemos y ejerzamos de facto un mayor acercamiento hacia China en el orden institucional, favoreciendo las visitas al máximo nivel, y creemos canales de comunicación con empresas de aquel país con el fin de sondear oportunidades de inversión.
Como decíamos al principio, estamos ante una fastuosa, sugestiva y excitante iniciativa planetaria, a la altura de esos pocos proyectos que a lo largo de la historia de la humanidad se han constituido en hitos insoslayables. Hasta hoy, es solo un titular impecable e impactante. Ahora bien, si en los próximos años China, como impulsora del proyecto, es capaz de establecer de forma clara y garantista los procedimientos de participación de las empresas en esta nueva Ruta de la Seda (cómo se identificarán y aprobarán los proyectos, quién los adjudicará y bajo qué reglas o quién correrá con la financiación), es seguro que habremos pasado de lo conjeturable a lo realizable.
En ese contexto, nuestras empresas tendrán mucho que decir en campos como los de la construcción, la gestión de infraestructuras, las comunicaciones, la logística o las tecnologías de información. No en vano tenemos gigantes mundiales en esos sectores con sobrada experiencia, suficiente músculo financiero y visión a largo plazo.
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